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La Ascencin de Nuestro Seor
Homila del Padre Prosper Guranger, 1870
El sol del dia cuarenta haba salido en todo su esplendor. La tierra, que vibr con alegra ante el Nacimiento de nuestro Emanuel (Salmos xcv. xcvi. xcvii.), ahora tiritaba con una extraa emocin. La serie divina de misterios del Hombre-Dios est por cerrarse. El Cielo ha captado el jbilo de la tierra. Los Coros Angelicales estn preparandose para recibir a su Rey prometido, y sus Principes se paran ante las Puertas, para que las abran cuando la seal se da ante el arribo del poderoso Conquistador (Ibid. xxiii. 7). Las santas almas que fueron liberadas del Limbo en la maana de la Resurreccin, estn voleteando sobre Jerusaln, esperando por el momento feliz cuando la puerta del Cielo, cerrada por el pecado de Adn, ha de ser abierta, y entrarn para estar en la compaa con sus Redentor: unas pocas horas ms y, Al Cielo! Mientras tanto, nuestro resurrecto Jess visita a Sus Discpulos y les dice adios, ya que han de ser dejados, por unos aos mas, en este valle de lgrimas.

Estn en el Cenculo, esperando impacientemente Su arribo. De repente El aparece entre ellos. Quien se atrevera a comentar sobre la alegria de su madre? Con respecto a los Discpulos y las santas Mujeres, todos se postran y adoran con afecto al Maestro, Quien ha venido a compartir Su partida con ellos. Se digna a sentarse a la mesa con ellos. Hasta se digna de comer con ellos. De verdad, para darles prueba real de Su Resurreccin, ya que El sabe que ya no tienen dudas sobre el misterio pero, ahora que El est por sentarse a la mano derecha del Padre, les dara esta tierna marca de familiaridad. Oh admirable comida!, en la cual Mara, por ltima vez en este mundo, est sentada lado a lado con su Jess, y en la cual la Iglesia (representada por los Discpulos y las santas Mujeres), es honrada por la presidencia visible de su Cabezal y su Esposo.
Cual lengua podra describir el respeto, la mente recolectada, la atencin de los huespedes? Con que amor haban de tener fijos en sus ojos sobre el querido Maestro? Anhelan oirlo hablar; sus palabras de partida han de ser atesoradas! l no los mantiene por mucho tiempo en suspenso; l habla, pero su lenguaje no es lo que tal vez esperaron que fuera: uno de afecto total. Comienza recordandoles de la incredulidad con la cual oyeron sobre Su Resurreccin (San Marcos, xvi. 14). l va a confiar en Sus Apstoles la misin ms sublime jamas otorgado a cualquier hombre; por lo tanto, l los ha de prepararlos, humillandolos. En unos pocos das, han de ser las luces del mundo; el mundo a su vez debe creer en lo que predican, creyendo en su palabra, creer sin haver visto, creer en lo que slo los Apstoles han visto. Es por fe que el hombre se aproxima a su Dios: ellos mismos una vez no la tuvieron, y Jess ahora los hara expresar su tristeza por su previa incredulidad, as basando su Apostolado, con humildad.

Entonces, asumiendo un tono de autoridad que nadie salvo Dios asumira, l les dice a ellos: Ved ahora sobre todo el mundo, y predica el Evangelio a toda criatura. Quien cree y es bautizado, ha de ser salvado: pero aquel que no cree, ha de ser condenado (Ibid. xvi. 15, 16). Y cmo han de lograr la misin de predicar el Evangelio por todo el mundo? Cmo han de persuadir a los hombres a creer en su palabra? con milagros. Y estos signos, Jess continua, los han de seguir para quienes creen: en Mi nombre, han de repelar demonios; han de hablar en nuevas lenguas; han de atrapar serpientes; y si han de beber cualquier cosa venenosa, esta no ha de daarlos; han de posar sus manos sobre los enfermos, y estos recuperarn su salud (San Marcos, svi. 17, 18). l lograra hacer que los Milagros fueran la fundacin de su Iglesia, tal cmo l los hizo el argumento sobre su misin divina. La suspensin de las leyes de la naturaleza comprob para nosotros que es Dios quien habla; nosotros debemos recibir de Su palabra y, humildemente, creer en ella.
Aqu, por lo tanto, tenemos hombres que son desconocidos para el mundo y carentes de todo medio humano, pero encomendados a consuitar la tierra y hacerla reconocer a Jess como su Rey! El mundo ignora su propia existencia. Tiberio, quien est sentado en el trono imperial, temblando ante toda sobra conspiratoria, no sospecha que se est preparando una expedicin que ha de conquistar al Imperio Romano. Pero estos soldados deben tener una soldatura, y esta soldatura tiene que ser tener la temprancia del cielo mismo. Jess les dice que han de recibir esta soldatura en unos pocos das ms. Permanezcan, dice l, en la ciudad, hasta que estn imbuidos con el poder de lo ms alto (San Lucas, xxiv. 49). Pero, cual es esta armatura? Jess se los explica. Les hace recordar la promesa del Padre, la cual dice, segun l, cmo lo han recibido por la boca: Juan, de cierto, fue bautizado con agua; pero ustedes han de ser bautizados con el Espritu Santo en unos pocos das ms (Hechos, i. 4, 5).

An as, la hora de la separacin ha llegado. Jess se levanta: Su beata Madre, y los ciento y veinte personas en asamblea en ese lugar, se preparan para seguirlo. El Cenculo est situado en el Monte Zin, la cual es una de las dos colinas dentro de las paderes de Jerusaln. El grupo santo atraviesa la ciudad, llendo al Portal oriental, el cual d al Valle de Josafat. Es la ltima vez que Jess camina a traves de esta Ciudad sin fe. Es invisible a los ojos de la gente que lo neg, pero visible a sus Discpulos; y prosigue ante ellos como, anteriormente, fueron los Israelitas conducidos por los Pilares de Fuego. Cuan hermoso e imponente vist! Mara, los Discpulos, y las santas Mujeres, lo acompaan a Jess en su viaje hacia el Cielo, el cual lo conducir a la diestra de Su Eterno Padre! Este festn es conmemorado en la Edad Media por una Procesin solemence antes de la Misa del Dia de la Ascension. Que tiempos felices fueron aquellos, cuando los Cristianos se deleitaban en honrar cada y toda accin de nuestro Redentor! No estaran contentos sin satifacerse, como somos nosotros, con unas vagas nociones, las cuales pueden producir nada ms que una igual vaga devocin.
Reflejaron sobre los pensamientos que Mara debe haber tenido durante estos ltimos momentos de presencia por parte de su hijo. Se preguntaban, cuales de los dos sentimientos eran los ms prevalentes en su corazn maternal: la tristeza que ella vivira al ya no verlo mas a Jess? O la alegra, ya que estaba por entrar en la gloria que El se merecia tan infinitamente? La respuesta fue encontrada a la brevedad, al decirle Jess a Sus Discpulos: Si me amaban, no estaran por cierto contentos, ya que Yo me voy al Padre (San Juan, xiv. 28)? Ahora, quien am a Jesus como lo am Mara? El corazon de la Madre, por lo tanto, estaba lleno de jubilo al separarse de l. Como era de pensar en si misma, cuando estaba la questin del triumpo de su Hijo y su Dios? Acaso era posible que ella haba testimoniado la escena del Calvario para desear nada menos que verlo a l glorificado, aquel quien ella saba era el Seor Soberano de todas las cosas, el cual, un poco tiempo atrs, haba sido rechazado por Su pueblo, blasfemiado, y muriendo la muerte mas cruel e ignmine de todas?

El grupo santo trasvers el Valle de Josafat; haba cruzado el arrollo de Cedrn, y estaba en marcha al Monte Olivet. Que recuerdos ocuparian la mente de uno! Este torrente, del cual Jess haba bebido en da de su humiliacin, era ahora el camino que El tomo hacia el triunfo y la gloria. El Profeta Real lo haba predicho (Salmo cix. 7). A su izquierda estn el Jardin y la Cueva, donde El sufri la Agonia y acept el Cliz amargo de Su Pasin. Luego de haber llegado a la distancia de lo que San Lucas llama la distancia del viaje permitido por los Judios en el dia del Sabaot (Hecho, i. 12), estaban cerca a Betana, esa villa favorecida donde Jess solia aceptar la hospitalidad de Lazaro y sus dos Hermanas. Esta parte del Monte Olivet rige con una buena vista de Jerusaln. La vista de su Templo y Palacios enorgullecen a los Discpulos de su ciudad terrenal: se han olvidado de la maldicin dicha contra ella; parecen tambien haberse olvidado, que Jess los ha hecho ciudadanos y conquistadores del mundo entero. Empiezan a soar con la grandeza terrenal de Jerusaln y, volviendose al Maestro Divino, se atreven a preguntarle esta pregunta: Seor, haz de alguna vez, restorar nuevamente el reinado a Israel (Hechos i. 6)?
Jess les contesta con un tono severo: no es para ustedes saber en que tiempos o momentos el Padre ha puesto lo que corresponde bajo su poder (Ibid. 7). Estas palabras no destruyen la esperanza que Jerusaln ha de ser restaura por un Israel Cristiano; pero, como esto no sucede hasta que el mundo se est acercando a su final, no hay nada que require que nuestro Salvador revele el secreto. Lo que s debe estar lo ms presente en la mente de los Discpulos, es la conversin del mundo pagano, lo cual establece a la Iglesia. Jess los hace recordar de la misin que l les acaba de dar: Han de recibir, dice l, el poder del Espritu Santo sobre ustedes; y ustedes deben ser testigos de Mi en Jerusaln, y en toda Judea, y Samaria, y hasta en las partes ms remotas de la tierra (Hechos, i. 8).

De acuerdo con la tradicin, la cual se ha pasado desde las edades mas antiguas de la Cristinadad (Constit. Apost., lib. v. cap. xix), es mediodia, a la misma hora cuando l haba sido elevado al ser clavado a Su Cruz. Dndole a Su Beata Madre una mirada de afecto filial, y un sentido adis al resto del grupo parado a su alrededor, Jess levanta sus manos y los bendice a todos. Mientras los bendice, es elevado del piso donde l se encuentra, y as asciende hasta el Cielo (San Lucas, xxiv. 51). Sus ojos lo siguen, hasta que viene una nube y los oculta de su vista (Hechos, i. 9).

Si, Jess se ha ido! La tierra ha perdido su Emanuel! Durante cuatro mil aos se lo esper: Los Patriarcas y Profetas desearon su arribo con todo el fervor de sus almas: l vino: Su amor lo hizo nuestro cautivo en el vientre virginal de la Virgen de Nazareth. Fue all donde l recibio primero nuestras adoraciones. Nueve meses despus, la Beata Madre lo ofreci a nuestro amor regocijante en el Pesebre en Beln. Lo seguimos a Egipto: volvimos con l; vivimos con l en Nazareth. When Cuando comenz sus tres aos de su vida pblica, seguimos de cerca todos sus pasos; nos deleitamos con estar cerca de l; escuchamos a sus predicaciones y parbolas, y vimos sus milagros.
La malicia de sus enemigos llegaron a su cima, y lleg la hora cuando l estaba por darnos su ltima y ms grandiosa prueba del amor que lo haba traido desde el Cielo: su muerte por nosotros sobre una Cruz; permanecimos cerca de l cuando muri, y nuestras almas fueron purficadas por la Sangre que eman de sus Heridas. En el tercer da, resurrect una vez mas desde su tumba, y nosotros a su lado nos exultamos en su triunfo sobre la Muerte, por el triunfo ganado por nosotros como su real Resurreccin. Durante los Quarenta das l se dign en pasarlas con nosotros, con nuestra fe haciendonos estar pegados a l: hubieramos querido tenerlo con nosotros para siempre, ms la hora haba llegado: l nos ha dejado. Si, nuestro queridsimo Jess ha partido! Oh, felices las almas del Limbo que el se llev con l! Ellos se han ido con l y, para toda la eternidad, han de gozar del Cielo con su presencia visible.

Los Discpulos todava estan mirando para arriba hacia el Cielo, cuando dos ngeles, vestidos en tnicas blancas, se aparecen y dicen: Hombres de Galilea! Por qu estn mirando hacia el cielo? Este Jess, quien fue quitado de ustedes para irse al Cielo, ha de volver como lo han visto irse (Hechos, i. 10, 11)! l ha ascendido, un Salvador; l ha de regresar, como Juez; entre estos dos eventos est provista la vida entera de la Iglesia sobre la tierra. Por lo tanto estamos viviendo bajo el reino de Jess como nuestro Salvador, ya que El ha dicho: Dios envi a su Hijo al mundo no para Juzgar al mundo, sino para que el mundo se Salve a travs de l (San Juan, iii. 17): y, para llevar a cargo este diseo misericordioso, l le ha hado a sus Discpulos la misin de ir a travs del mundo entero, y a invitar a los hombres, mientras an queda tiempo, a aceptar el misterio de la Salvacin.

Que tarea es esta la cual l le impone sobre los Apstoles! Y ahora que estn por comenzar su tarea, los deja! Regresan del Monte Olivet, y Jess no est con ellos! An as, no estn tristes; la tienen a Mara para consolarlos; la generosidad sin egoismo es su modelo, y bien aprenden su leccin.

Lo aman a Jess; se regocijan ante el pensar de su entrada a su descanso. Regresan a Jerusaln con gran gozo y alegra (San Lucas, xxiv. 52). Estas pocas simples palabras del Evangelio indican el espritu de esta admirable Fiesta de la Ascensin: es un Festival el cual, no obstante su leve tono de tristeza, es, mas que cualquier otra fiesta, una expresin de alegria y triunfo.
Durante su Octava, la cual intentaremos describir su misterio y magnificencia: solo podramos observar, por el momento, que esta Solemnidad es el cumplimiento de los Misterios de nuestra Redencin; que es una de las cuales fue instituida por los Apstoles (San Augustin, EP. ad Januar); y, finalmente, que ha impreso su caracter de santidad sobre cada Jueves de toda semana, un da ya tan honrado por la institucin de la Eucarista.

Hemos aludido a la Procesin con la cual nuestros antepasados Cristianos han celebrado en esta Fiesta el viaje de Jess y sus Discpulos al Monte Olivet. Otra costumbre observada en la Ascensin, fue la solemne bendicin dada al pan y a los nuevos frutos: es conmemorativo del reparte del adios en el Cenculo tomado por Jess. Imitemos la piedad de las Eras de la Fe, cuando los Cristianos amaban honrar hasta la ms mnima de las acciones de nuestro Salvador, haciendolas, por decirlo as, nuestras, al intercalar los detalles mas mnimos de su vida con la nuestra. Que realidad ms sentida de amor y adoracin fue dada a Jess en esos viejos tiempos, cuando su Soberano Ser como Seor y Redentor fue el principio gobernante de la vida individual y social!

Hoy en da podemos seguir este principio, tan fervorosamente como querramos, en la privacidad de nuestras propias conciencias, o, como mnimo, en nuestros hogares; pero, publicamente, y cuando estamos frente al mundo, no! Sin decir de los malvados resultados de esta limitacin moderna de los derechos de Jess como nuestro Rey: que sera mas sacrilegiosamente injusto hacia l quien se merece nuestro servicio entero, en todos lados y en todo momento? Los ngeles le dijeron a los Apstoles: Este Jess ha de venir, tal como lo han visto irse al Cielo: contentos nosotros si, durante su ausencia, hemos de haberlo amado y servido tan devotamente, para poder re-encontrarnos con l con total confianza cuando l vuelve para juzgarnos!
Dom Prosper Guranger (1805-1875) se hizo devoto al aprendizaje litrgico, la polmica, y el establecimiento de las comunidades Benedictinas en Francia.
La Ascensin de Cristo por Pietro Perugino; 1496-98; Muse Municipal des Beaux-Arts, Lyon, Francia; http://www.wga.hu
La Ascensin de Cristo por Benvenuto Tisi; 1510-20; Galleria Nazionale dArte Antica, Roma, Italia; http://www.wga.hu
La Ascensin de Cristo por Giacomo Cavedone; 1640; Museo de Arte del Condado de Los Angeles; California; http://commons.wikimedia.org
La Ascensin de Cristo por Gustave Dore
La Ascensin de Cristo por James Tissot; entre 1886-94; Museo de Brooklyn, Ciudad de Nueva York
Los Dos ngeles en La Ascensin de Cristo por James Tissot; entre 1886-94; Museo de Brooklyn, Ciudad de Nueva York; http://commons.wikimedia.org
Fiesta de la Ascensin de Nuestro Seor Jesucristo
 
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se imparta (28 de Octubre, 2013)
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