Tenemos a Jesucristo, Quien es nuestra Paz y nuestra Luz
Un Cristo inusualmente joven est flanqueado por Pedro y Juan el Evangelista. A nivel terrenal, estn las Sras. Mara Magdalena, Ermengildo y Eduardo el Confesor, nombre del patrn del cuadro, el cardenal Odoardo Farnese. La figura que se arrastra en el suelo nos recuerda el hecho de que Edwurdo tambin es el santo patrn de los lisiados. www.wga.hu
Tenemos a Jesucristo, Quien es nuestra Paz y nuestra Luz
Del Tratado de san Gregorio de Nisa, Obispo, Sobre el Perfecto Modelo del Cristiano
(PG 46, 259-262)
(PG 46, 259-262)
l es nuestra paz, l ha hecho de los dos pueblos una sola cosa. Teniendo en cuenta que Cristo es la paz, mostraremos la autenticidad de nuestro nombre de cristianos si, con nuestra manera de vivir, ponemos de manifiesto la paz que reside en nosotros y que es el mismo Cristo. l ha dado muerte a la enemistad, como dice el Apstol. No permitamos, pues, de ningn modo que esta enemistad reviva en nosotros, antes demostremos que est del todo muerta. Dios, por nuestra salvacin, le dio muerte de una manera admirable; ahora que yace bien muerta, no seamos nosotros quienes la resucitemos en perjuicio de nuestras almas, con nuestras iras y deseos de venganza.
Ya que tenemos a Cristo, que es la paz, nosotros tambin matemos la enemistad, de manera que nuestra vida sea una prolongacin de la de Cristo, tal como lo conocemos por la fe. Del mismo modo que l, derribando la barrera de separacin, de los dos pueblos cre en su persona un solo hombre, estableciendo la paz, as tambin nosotros atraigmonos la voluntad no slo de los que nos atacan desde fuera, sino tambin de los que entre nosotros promueven sediciones, de modo que cese ya en nosotros esta oposicin entre las tendencias de la carne y del espritu, contrarias entre s; procuremos, por el contrario, someter a la ley divina la prudencia de nuestra carne, y as, superada esta dualidad que hay en cada uno de nosotros, esforcmonos en reedificarnos a nosotros mismos, de manera que formemos un solo hombre, y tengamos paz en nosotros mismos.
La paz se define como la concordia entre las partes disidentes. Por esto, cuando cesa en nosotros esta guerra interna, propia de nuestra naturaleza, y conseguimos la paz, nos convertimos nosotros mismos en paz, y as demostramos en nuestra persona la veracidad y propiedad de este apelativo de Cristo.
Adems, considerando que Cristo es la luz verdadera sin mezcla posible de error alguno, nos damos cuenta de que tambin nuestra vida ha de estar iluminada con los rayos de la luz verdadera. Los rayos del sol de justicia son las virtudes que de l emanan para iluminarnos, para que nos desnudemos de las obras de las tinieblas y andemos como en pleno da, con dignidad, y apartando de nosotros las ignominias que se cometen a escondidas y obrando en todo a plena luz, nos convirtamos tambin nosotros en luz y, segn es propio de la luz, iluminemos a los dems con nuestras obras.
Y si tenemos en cuenta que Cristo es nuestra santificacin, nos abstendremos de toda obra y pensamiento malo e impuro, con lo cual demostraremos que llevamos con sinceridad su mismo nombre, mostrando la eficacia de esta santificacin no con palabras, sino con los actos de nuestra vida.
ORACIN
OREMOS,
Dios todopoderoso y eterno, a quien confiadamente invocamos con el nombre de Padre, intensifica en nosotros el espritu de hijos adoptivos tuyos, para que merezcamos entrar en posesin de la herencia que nos tienes prometida. Por nuestro Seor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amn
Translated from the Spanish by Jan Paul von Wendt -
liturgiadelashoras.com.ar
Tenemos a Jesucristo, Quien es nuestra Paz y nuestra Luz
Del Tratado de san Gregorio de Nisa, Obispo, Sobre el Perfecto Modelo del Cristiano
(PG 46, 259-262)
(PG 46, 259-262)
l es nuestra paz, l ha hecho de los dos pueblos una sola cosa. Teniendo en cuenta que Cristo es la paz, mostraremos la autenticidad de nuestro nombre de cristianos si, con nuestra manera de vivir, ponemos de manifiesto la paz que reside en nosotros y que es el mismo Cristo. l ha dado muerte a la enemistad, como dice el Apstol. No permitamos, pues, de ningn modo que esta enemistad reviva en nosotros, antes demostremos que est del todo muerta. Dios, por nuestra salvacin, le dio muerte de una manera admirable; ahora que yace bien muerta, no seamos nosotros quienes la resucitemos en perjuicio de nuestras almas, con nuestras iras y deseos de venganza.
Ya que tenemos a Cristo, que es la paz, nosotros tambin matemos la enemistad, de manera que nuestra vida sea una prolongacin de la de Cristo, tal como lo conocemos por la fe. Del mismo modo que l, derribando la barrera de separacin, de los dos pueblos cre en su persona un solo hombre, estableciendo la paz, as tambin nosotros atraigmonos la voluntad no slo de los que nos atacan desde fuera, sino tambin de los que entre nosotros promueven sediciones, de modo que cese ya en nosotros esta oposicin entre las tendencias de la carne y del espritu, contrarias entre s; procuremos, por el contrario, someter a la ley divina la prudencia de nuestra carne, y as, superada esta dualidad que hay en cada uno de nosotros, esforcmonos en reedificarnos a nosotros mismos, de manera que formemos un solo hombre, y tengamos paz en nosotros mismos.
La paz se define como la concordia entre las partes disidentes. Por esto, cuando cesa en nosotros esta guerra interna, propia de nuestra naturaleza, y conseguimos la paz, nos convertimos nosotros mismos en paz, y as demostramos en nuestra persona la veracidad y propiedad de este apelativo de Cristo.
Adems, considerando que Cristo es la luz verdadera sin mezcla posible de error alguno, nos damos cuenta de que tambin nuestra vida ha de estar iluminada con los rayos de la luz verdadera. Los rayos del sol de justicia son las virtudes que de l emanan para iluminarnos, para que nos desnudemos de las obras de las tinieblas y andemos como en pleno da, con dignidad, y apartando de nosotros las ignominias que se cometen a escondidas y obrando en todo a plena luz, nos convirtamos tambin nosotros en luz y, segn es propio de la luz, iluminemos a los dems con nuestras obras.
Y si tenemos en cuenta que Cristo es nuestra santificacin, nos abstendremos de toda obra y pensamiento malo e impuro, con lo cual demostraremos que llevamos con sinceridad su mismo nombre, mostrando la eficacia de esta santificacin no con palabras, sino con los actos de nuestra vida.
ORACIN
OREMOS,
Dios todopoderoso y eterno, a quien confiadamente invocamos con el nombre de Padre, intensifica en nosotros el espritu de hijos adoptivos tuyos, para que merezcamos entrar en posesin de la herencia que nos tienes prometida. Por nuestro Seor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amn
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San Gregorio de Nisa (335-395), Obispo - Tenemos a Jesucristo, Quien es nuestra Paz y nuestra Luz, del Tratado, Sobre el Modelo Perfecto del Cristiano
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