El Divino Pastor, nuestra Oveja de Dios
La Parbola de la Oveja Perdida
De Las Visiones de Mara Valtorta* (1897-1961)
De las Obras de Maria Valtora, Primera Parte sobre Mara Magdalena [4-233-27 (4-94-577)]
*(En Ingls llamada "El Poema del Hombre-Dios" y "El Evangelio como se me ha sido revelado")
"Y tus noventa-y-nueve buenas hermanas se regocijarn ante tu regreso, porque os digo, mi pequeitas obejitas perdidas, las cuales he buscado, viendolas desde lejos: las v y rescat; os digo que hay ms dicha entre los buenos sobre una que est perdida y que ha sido encontrada, que sobre las noventa-y-nueve que nunca dejaron al rebao."
- Jess completando la Parbola de la Oveja Perdida, sabiendo que Mara Magdalena lo est escuchando, escondida atrs de un rbol.
232. Jess est hablando a la gente. Desde encima del borde arbolado de un riachuelo, est hablando a numerosa gente esparcida por un campo de trigo ya recogido hace poco, que presenta el desolador aspecto de los rastrojos. Declina la tarde. La luna empieza a salir. Es un atardecer bello y claro de los primeros das de verano. Los rebaos regresan a sus rediles y se oye el din-don de los cencerros, que se mezcla con el cantar de los grillos y de las chicharras, un intenso cri, cri, cri. Jess se inspira en los rebaos que estn pasando.
Dice: Vuestro Padre Celestial es como un pastor solcito. Qu hace un buen pastor? Busca pastos buenos para sus ovejas, donde no haya ni cicuta ni hierbas venenosas, sino dulces trboles, buenas hierbas y races amargas aunque saludables. Busca lugares donde, adems de comida, haya tambin un riachuelo fresco y puro, y sombra de rboles, y que no surjan las vboras entre el pasto. No trata de buscar los pastos de hierba alta, porque sabe que en ellos es fcil encontrar peligrosas culebras y hierbas nocivas; prefiere, ms bien, los pastos montanos, de hierba no muy alta, donde el roco limpia y da frescura a la tierna hierba y el sol la limpia de reptiles, donde el aire es fresco, ligero y no cargado y malsano, como en la llanura. El buen pastor observa a cada una de sus ovejas. Si estn enfermas, las cuida; si heridas, las cura; llama a la que es demasiado glotona y corre el peligro de enfermarse; a la que enfermara por estar demasiado expuesta a la humedad, o demasiado al sol, le dice que vaya a otro lado; y, si una est desganada y no come, trata de buscarle hierbas aciduladas y aromticas para despertarle el apetito, y se las da con su propia mano, hablndole como a una persona amiga. As hace el Padre que est en los Cielos con sus hijos que andan errantes por la tierra. Su amor es el cayado que los rene; su voz, la gua; sus pastos, su Ley; su redil, el Cielo.
Pero, he aqu que una oveja le abandona. Cunto le amaba! Era joven, limpia, cndida, como una nubecilla en el cielo de abril. El pastor la vea con ojos llenos de amor, al pensar lo que poda hacer por ella. Pero sta le abandona Es que ha pasado, a lo largo del camino que bordea los pastos, un tentador. No tiene la casaca austera, sino un vestido de mil colores. No lleva cinturn de cuero de donde penden hacha y cuchillo, sino cinturn de oro del que penden cascabeles de plata, melodiosos cual canto de ruiseor, y ampollas de perfumes embriagadores No lleva tampoco bastn, como el pastor bueno, con que reunir y defender a las ovejas, y, si el bastn no fuera suficiente, las defender solcito con el hacha y el cuchillo y hasta con su vida. No, este tentador que pasa, tiene en sus manos un incensario brillante de piedras preciosas de donde emana un humo que es hedor y perfume al mismo tiempo, pero que aturde; de la misma forma los tornasoles de las joyas qu falsas! deslumbran. Pasa cantando mientras deja caer puados de sal, de una sal que brilla en el camino oscuro Noventa y nueve ovejas miran, pero permanecen donde estn; la oveja nmero cien, la ms joven y estimada, da un salto y desaparece detrs del tentador. El pastor la llama, pero ella no vuelve. Va ms veloz que el viento para tratar de alcanzar al que ha pasado. Para tener fuerzas en su carrera, gusta aquella sal. La sal le entra dentro, le produce un extrao delirio que la abrasa. Por ello, siente necesidad de aguas profundas y verdes de una espesura tenebrosa, donde, siguiendo al tentador, se hunde y penetra, sube y baja y cae una, dos, tres veces; y una, dos, tres veces siente alrededor de su cuello el contacto viscoso de reptiles. Queriendo beber, bebe aguas contaminadas; queriendo alimentarse, come hierbas brillantes por las babas asquerosas que las cubren.
Entre tanto qu hace el buen pastor? Deja cerradas en lugar seguro las noventa y nueve fieles y se pone en camino. No deja de caminar hasta que encuentra huellas de su oveja perdida. Y como ella no regresa a l, a pesar de que sigue invitndole con sus gritos, l va a donde ella. La ve desde lejos, ebria, atrapada entre lazos de reptiles, tan ebria que no siente siquiera la nostalgia del rostro que la ama; antes bien, se burla de l. De nuevo la ve, culpable de haber penetrado cual ladrona en casa ajena, tan culpable que ya no se atreve a mirarle... Y, a pesar de todo, el pastor no se cansa... y contina... la busca, la busca, la sigue, la acosa. Va llorando sobre las huellas de la oveja perdida: mechones de lana: pedazos de alma; manchas de sangre: crmenes diversos; suciedades: pruebas de su lujuria; l sigue adelante y la alcanza.
Te he encontrado, amada. Te he alcanzado! Cunto he caminado por ti, para llevarte de nuevo al redil. No agaches la frente humillada. Tu pecado est sepultado en mi corazn. Nadie, fuera de M que te amo, lo conocer. Te defender de las crticas de los dems, te cubrir con mi persona como escudo contra las piedras de tus acusadores. Ven! Ests herida? Oh mustrame tus heridas! Las conozco pero quiero que me las muestres con la confianza que tenas conmigo cuando eras pura y me mirabas a M, tu pastor y Dios, con ojos inocentes. Aqu estn las heridas. Todas tienen nombre.
Qu profundas son! Quin te ha hecho estas heridas tan profundas en el fondo del corazn? Lo s: el Tentador. Es el que no tiene bastn ni hacha, pero que causa mucho mal con su mordisco envenenado, y despus de l hieren tambin las joyas falsas de su incensario que te sedujeron con su brillante colory que eran en realidad piedras de azufre de infierno, sacadas a la luz para abrasarte el corazn. Mira! Cuntas heridas! Tu lana est desecha, tiene sangre, tiene cardos.
Oh pobre pequea alma engaada! Pero dime: si Yo te perdono, me amars? Pero dime; si tiendo a ti los brazos, vendrs a ellos? Dime: tienes sed del amor bueno? Entonces ven y renace. Regresa a los pastos santos. Llora. Tu llanto y el mo lavan las huellas de tu pecado. Y Yo para alimentarte, pues ests enflaquecida por el mal en que has ardido, me abro el pecho, me abro las venas, y te digo: "Alimntate y vive!". Ven, te tomar en mis brazos. Iremos ms veloces a los pastos santos y seguros. Olvidars todo lo sucedido en esta hora desesperada. Tus noventa y nueve hermanas, las buenas, se alegrarn con tu regreso. S, porque Yo te lo aseguro - ovejita ma perdida a quien he buscado desde tierras muy lejanas, a quien he encontrado y he salvado - que los buenos hacen ms fiesta por uno que, habindose extraviado, regresa, que no por noventa y nueve justos que jams se han alejado del redil.
Jess, en todo este tiempo, en ninguna ocasin se ha vuelto a mirar al camino que tiene a sus espaldas, a donde lleg, entre la penumbra del atardecer, Mara Magdalena, todava elegantsima, pero al menos vestida y cubierta con un velo oscuro que no deja traslucir sus rasgos y sus contornos. Cuando Jess dice: "Te he encontrado, amada", Mara se lleva sus manos bajo el velo y llora, con un llanto silencioso y continuo.
La gente no la ve porque ella est a este otro lado de la orilla del ro, que bordea el camino. La ven solo la luna que ya est alta y el espritu de Jess....
Ecstasa de Mara Magdalena de Giovanni Gioseffo dal Sole (1654 - 1719); alrededor de los 1700s;
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