La verdadera reverencia por la Pasin del Seor significa fijar los ojos de nuestro corazn sobre Jess crucificado y reconocer en l nuestra misma humanidad.

La tierra - nuestra naturaleza terrenal - debera temblar ante el sufrimiento de su Redentor. Las rocas - los corazones de los no creyentes - deberan desgarrarse. Los muertos, presos en las tumbas de su mortalidad, deberan ahora aproximarse, ahora que las rocas estn estalladas. Presagios de la futura resurreccin deberan aparecer en la santa ciudad, la Iglesia de Dios: lo que ha de sucederle a nuestros cuerpos debera ahora suceder en nuestros corazones.

Nadie, no importa cuan dbil, es negado un reparto en la Victoria de la Cruz. Nadie est ms all de la ayuda de la oracin de Cristo. Su oracin trajo beneficio a la multitud que se enfureci contra l. Cunto ms l logra para quienes se vuelcan a l con arrepentimiento. La ignorancia ha sido destruida; la obstinacin ha sido vencida. La sagrada sangre de Cristo ha colmado la ardiente llama que neg el acceso al arbol de la vida. La noche ancestral del pecado ha dado lugar a la verdadera luz.

La gente Cristiana es invitada a compartir las riquezas del paraiso. Todos los que han renacido tienen el camino abierto ante ellos para regresar a su tierra natal, de la cual haban sido exiliados. Al menos que se cierren y nieguen el camino que se abri ante la fe de un mero ladrn.

Los asuntos de esta vida no deberan preocuparnos con sus anxiedades y orgullo para que ya no nos esforzemos con todo el amor de nuestros corazones en ser como nuestro Redentor, y en seguir Su ejemplo en Todo lo que l hizo y sufri fue para nuestra salvacin: l quiso que Su cuerpo comparta la benevolencia de Su cabeza.

Antes que nada, en tomar nuestra naturaleza humana mientras permaneca siendo Dios, para que as el Verbo se hiziera carne humana, l no excluy ningun miembro de la raza humana, con la excepcin del no creedor, en obtener su porcin de Su misericordia. Quien no comparte la naturaleza comn con Cristo si lo ha bienvenido, quien adapt nuestra naturaleza, y quien no renace en el Espritu a travs del cual Cristo fue concebido?

De nuevo: quien no puede reconocer en Cristo sus propias dolencias? Quien no reconocera que el comer y dormir de Cristo, Su tristeza y Su desparramo de lgrimas de amor son las marcas caractersticas de un siervo fiel?

Fue esta naturaleza de un siervo que tuvo que ser sanado de sus ancestrales heridas y limpiado de la corrupcin del pecado. Por esa razn el Hijo Unignito de Dios tambien se hizo hijo del hombre. l tiene que tener tanto la realidad de la naturaleza humana como la plenitud de la deidad encarnada.

El cuerpo que llaca sin vida en la tumba es nuestro. El cuerpo que resucit en el tercer da es nuestro. El cuerpo que ascendi sobre todas las alturas al Cielo y a la mano derecha de la gloria del Padre, es el nuestro.

Si entonces caminamos el camino de Sus Mandamientos, y no estamos avergonzados en reconocer el precio que l pag por nuestra salvacin dentro de Su humilde cuerpo, estaremos tambien listos para resucitar y compartir en Su gloria. La promesa que l hizo ser realizada a la vista de todos: quien me reconozca ante los hombres, Yo tambien reconocer ante Mi Padre Quien est en el Cielo.