San Paulino de Nola - "Para mi mente el nico arte es la fe, y Cristo es mi poesa."

[. . . ] Corazones dedicados a Cristo rechazan las Musas Latinas y lo excluyen a Apolo. En tiempos de antao tu y yo compartimos causas comunes en llamarlo al sordo Apolo de su cueva en Delfi, invocando las Musas como diosas, en busqueda entre las arboledas y las crestas de las montaas el don de la expresin otorgada por ese mismo don divino. Pero ahora otro poder, un Dios mayor, mas grandioso, inspira mi mente y exige otra forma de vida. El reclama del hombre Su propio don, para que podeamos vivir para el Padre de la vida. Nos exige que no gastemos nuestros dias en el vacio del ocio y el negocio, o en las ficciones de la literatura, para que podeamos obedecer Sus leyes y contemplar Su luz que se nubla por los poderes astutos de los filosofos, la habilidad de los retricos, y los inventos de los poetas. Estos hombres rezuman nuestros corazones en lo que es falso y vacio. Solo forman las lenguas de los hombres y no ofrecen nada hacia la salvacin de uno o en vestirnos en lo que es real. Que bien, que verdad pueden poseer quienes no tienen la Cabeza de todo, Dios quien es la menuda y la Fuente de la verdad y la bondad, quien ningun hombre puede ver salvo en Cristo?

El es la Luz de la verdad, el Camino de la vida, el Poder y la Mente, Mano y Fuerza del Padre. El es el Sol de la justicia, la Fuente de bendiciones, la Flor de Dios, el Hijo de Dios, el Creador del mundo, la Vida de nuestra mortalidad, y la Muerte de nuestra muerte. El es el Maestro de las virtudes. El es Dios para nosotros y se hizo Hombre para nosotros al despegarse de Su naturaleza y asumiendo la nuestra, forjando relaciones eternas entre hombre y Dios, mientras El mismo es ambos. As es como, cuando El ha iluminado Sus rayos sobre nuestros corazones, El limpia la debilitante asquerosidad de nuestros indolentes cuerpos y renueva las disposiciones de nuestras mentes. Todo lo que nos deleitaba antes El nos retira, y en su vez nos deja un placer que es casto. Por sus derechos como Seor el exige totalmente a nuestros corazones, lenguas, y cerebros. El desea ser el objeto de nuestro pensamiento y comprensin, nuestro creer y lectura, nuestro temor y amor. . . .